Por Olga Latorre (durante el viaje de identificación participativa en julio y agosto de 2006 en Salvador).
III- UN MUNDO PARA ELLAS
En el mar, en una playa de Itaparica, una de las islas del distrito de Bahia, Tania y Dandara me miran con simpatía. Son dos niñas que están de camino a la edad adulta. Dandara intenta hablar pero una ola estalla contra nosotras y lo que emite es un balbuceo que no se entiende. La imito y nos reímos.
-¿De qué país has venido?- pregunta Tania, sumergida hasta la cintura.
-De España.
-¿Cómo es? ¿Hace mucho frío allí?-dice Dandara, tiritando, abrazándose el cuerpo.
-En la ciudad donde vivo sí, pero en invierno. Entonces nieva y todo. ¿Sabeis que ahora allí es verano? Vosotras estáis en las vacaciones de invierno, pero allí los niños están...
-Sí, si- me interrumpe Dandara- yo ya sé que va todo al revés. Sé que en Europa ahora las niñas como yo están durmiendo.
-¿Es más bonito?-interviene Tania.
Miro alrededor, veo una playa de arena blanca, una vasta extensión de mar y agua clara, iluminada por un sol suave. Hay varias mujeres reclinadas sobre hamacas, con vestidos sencillos, que conversan con alegría. Observo que una de ellas está embarazada o ha dado a luz recientemente, lo cual es más probable porque tiene un carrito al lado. Más allá veo una mujer de edad avanzada que vende algo, desde aquí no alcanzo a saber el qué. Hay varias familias disfrutando de un domingo sencillo, de la brisa y el mar en calma. Igual que Ana y yo, después de una semana de trabajo intenso con la ONG Mujeres del Mundo.
Recuerdo de pronto las fotos de las revistas de las agencias de viajes. Imágenes de playas, junto a caderas y bumdas (culos, en brasileño) estupendos. Me pregunto si existe esa mujer que forma parte del imaginario colectivo sobre Brasil. La imagen que durante años se ha exportado del país y aún se exporta en postales que contienen ese ideal de belleza. En Europa se ha explotado hasta la saciedad en las agencias de viajes, pero también en spots publicitarios y videoclips musicales. La fórmula fácil de la mujer como objeto de seducción. Pienso que el problema que lleva consigo esa cosificación de la mujer, mostrar una cadera a ritmo de samba como gancho para atraer turismo es que a menudo esa imagen va ligada a la idea de la mujer tropical, decidida a practicar sexo con cualquiera, sin voluntad ninguna para decidir con quién, cuándo y cómo. Y si ese preconcepto quedara ahí pues cada cual que aguante su cabeza, pero ocurre que hay quien emprende el viaje desde Europa con ese tópico incrustado en su cerebro y actúa en consecuencia. En estos días he conocido a un grupo de españoles, muy jóvenes, que aterrizaron con esa idea: Salvador de Bahia como una cancha dispuesta para ellos. Por azar y, ójala no lo hubiera oído, asistí a una conversación sobre sus conquistas. Me pregunté si estos chicos hablarían igual, como carne, como de especie animal, de las mujeres españolas. En su caso parecía que el pasaporte hasta aquí, el hecho de llegar al llamado “tercer mundo” y proceder del “primer mundo” les atribuyera un derecho de pernada. Me sentí asqueada de venir de la misma tierra que ellos. Me planteé cuántos turistas pueden llegar aquí con esa idea entre ceja y ceja, para los que las mujeres no son como las europeas, de carne y hueso, con alma y voluntad. Que pasan al lado de estas chicas sin saber quiénes son, amparados, a su vez, en la imagen que ellos proyectan de hombres europeos, de piel blanca, prósperos y con el bolsillo lleno de dinero.
Recuerdo a todas las mujeres que he conocido en estos días. Pienso en Luzia, mientras lavamos la ropa juntas, y hablamos del deseo o no de tener hijos. De su dignidad y su sentido común. Veo a Lidia, profesora de Educación Física, formada, (como dicen aquí, al referirse a las personas que pasaron por la universidad) enseñándome una exposición de fotografía. Jacqueline o Fran, mujeres del mundo, con una fuerza y una profesionalidad sin fondo. O María que trabaja en la lavandería de un hotel para que su hija pueda estudiar. Selma, que ha levantado el proyecto Pracatum codo con codo, junto a Carlinhos Brown. Lourdes, que ha criado sola a dos hijos, trabajando como cocinera, y está al pie del cañón siempre para que ellos triunfen en la música. Todas ellas son mujeres de Brasil, como tantas otras.
Mujeres. Lo que implica luchadoras, porque por alguna razón que mi intelecto sigue sin discernir nos ha tocado llegar a un mundo donde por el simple hecho de nacer mujer, con la única y real diferenciación de ser capaces de parir hijos, implica bregar por nuestros derechos de igualdad con el hombre (en España sigue habiendo diferencias en las nóminas). Eso es una constante en todo el globo terráqueo, norte, sur, este u oeste, en mayor o menor medida.
¿Cómo era lo que había dicho Dandara? El mundo al revés. Deberíamos dar un salto y poner por un tiempo todo al contrario. Como la noche y el día. Hombres en el lugar de las mujeres, mujeres en el lugar de los hombres. “Primer mundo” y “tercer mundo” patas arriba. Seguro que encontrábamos un camino hacia la igualdad y la diferencia, más respetuoso. Aprenderíamos también a apreciar el pedazo de tierra donde nacimos o crecimos, doquiera que vivimos.
Otra ola salpica a las niñas, mientras esperan mi respuesta.
-A mi me parece que tenéis mucha suerte de vivir en este lugar. De verdad.
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