DIARIO DE VIAJE.
Por Olga Latorre (durante el proyecto de identificación participativa en julio y agosto de 2006 en Salvador).
1PRIMER DIA DE CLASE.
En el centro histórico de Salvador de Bahía la mañana
se anuncia con miles de tambores que resuenan al paso
del sol invernal, aunque cálido ya a las siete y
media. Mientras los oigo me pregunto quién tocará,
cuántas escuelas de percusión puede haber en la
ciudad, cuántas existían antes del fenómeno Candeal.
Salimos a la calle para iniciar nuestra última jornada
tranquila, el pequeño margen de tres días que nos
hemos concedido para restaurarnos del jet lag, antes
de comenzar el trabajo en Bahía. Hay poca gente, es
domingo. Bom dia -dice el policía en la puerta del
albergue As Laranjeiras. Bom dia -respondemos
nosotras. Bajo el dintel de la puerta azul cercana
siempre con su pelo largo y su aire Bob Marley un
joven nos saluda como lo hace al paso de toda mujer
ante él: Bom dia, bela. Bom dia.
Las sombras aún se proyectan en horizontal, miden la
breve distancia entre el sol y el mar, el sol y la
tierra, a esta hora de la mañana. Oscurecen los
colores de los edificios: amarillo limón, rosa
asalmonado, verde suave en la escuela de percusión
cercana. Aquí hay un niño apoyado en el marco de la
ventana turquesa; otro, en la pared; cinco más,
sentados en el borde de la acera. Nos cautiva su
manera de estar. No tienen el aire de los meninos da
rua, chavalillos que viven en la calle, se dirigen a
los turistas para pedir un poco de dinero, para
conseguir conducirlos a una tienda donde comprar
alguna cosa (leche en polvo, pan, zapatillas...)y
después intercambiarlo por crack o pegamento. Tampoco
se asemejan a los niños y niñas del barrio, gente de
aspecto resuelto que van a la escuela con una mochilita,
o a clases de danza, o que corren retándose entre
ellos, o bailan al ritmo de alguna música cercana.
Estos chavales no, ellos permanecen casi en silencio;
tienen un aire de responsabilidad absoluta, parecen un
poco asustados, como si fueran niños en su primer día
de clase. Acaso igual que nosotras mismas tres días
atrás, recién llegadas. Les preguntamos si podemos
hacerles una fotografía, un pequeño pedazo de ellos,
preciosos tal cual son. Ellos no se mueven apenas,
sonríen de forma tímida. Después nos acercamos, les
damos las gracias y les deseamos que tengan un buen
día.
Ya en la Praça de Sé, punto donde mucha gente acuerda
encontrarse, tratamos de concentrarnos en los
siguientes pasos a resolver: ponernos en contacto con
algunas personas, llamar por teléfono, buscar un lugar
donde vivir por dos meses. Nos acercamos hasta una
cabina, cazuelas azul brillante, semiesferas apoyadas
en un pie metálico. Intentamos hablar desde aquí pero
resulta imposible. El ruido de los tambores en la
plaza próxima impide la comunicacción con el otro lado
de la línea. Nos alejamos hacia un lugar más
silencioso.
De regreso vemos que ya han llegado algunos jóvenes
que practican capoeira (danza típica de aquí, que es
también un arte marcial, movimientos de defensa y
ataque, al ritmo del berimbau), se muestran y exhiben
su belleza, a menudo para cautivar a quien desee
aprender a tocar instrumentos y bailar.
El sonido de la percusión reververa largo tiempo y
resuena al chocar contra las paredes de los edificos
cercanos. Nos acercamos hacia el punto donde una banda
mínima toca. Desde lejos distinguimos con sorpresa que
aquella banda está compuesta por los chavalillos
asustados. Ahora son un grupo de músicos con apenas 10
años de edad delante de un djembé u otros instrumentos
de percusión, casi tan grandes como ellos. Nos
acercamos despacio, con afán de no incomodar y nos
sentamos en un bordillo próximo. Vemos que hay un
profesor con ellos, explicándoles cómo deben hacer.
Uno de los niños se da cuenta de que estamos ahí y
nos sonríe divertido. Intenta demostranos lo bien que
toca y pierde el ritmo. El profesor entonces le
mira, pide a los demás que se detengan, se acerca,
coge los palos del niño y le recuerda la pauta. Así
una y otra vez. Después consigue concentrarse y la
banda suena bien. Cuando hace una pausa nos diriginos
al profesor para hablar con él. En portugués nos
presentamos: ella es mi hermana Ana, yo soy Olga,
pertenecemos a una ONG que se llama Mujeres del Mundo. El año anterior Ana conoció esta ciudad de la mano de una amiga brasileña. Entonces se enamoró de todo, de la gente, de la forma de vivir. Anora tratamos de conocer, entender la ciudad desde todos los ámbitos posibles: la calle, las asociaciones, el Gobierno,
los proyectos abiertos, los barrios, los colegios, la gente... Todo lo que pueda saberse sobre la sociedad bahiana. A continuación el profesor nos dice que se llama Geraldo, que es músico, al igual que su padre. Los niños le pidieron que les enseñara a hacer percusión. Sólo podían los domingos porque el resto de la semana iban a la escuela en los barrios de la periferia, donde está su casa. Y que ésta era, como podía verse, la primera vez que se reunía con ellos, en su primer día de clase.
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