Por Olga Latorre (durante el proyecto de identificación participativa en julio y gosto de 2006 en Salvador).
II. CABEZAS DE NEGRO.
Mucha gente pasa por aquí sin saber lo que significa Pelourinho. Pelourinho significa
lugar de tortura; búscalo en un diccionario, ya verás –me dice Junior Santana, un percusionista de 25 años que ha vivido aquí, en el Centro Histórico de Salvador, desde niño
–. Y a estas piedras del suelo las llamamos “cabezasdenegro”, porque aqui, en esta plaza se azotaba a los esclavos. Dicen que corrían rios de sangre sobre ellas.
Yo miro al suelo y veo el vasto pavimento de uno de los enclaves principales de la ciudad, el Largo do Pelourinho, empedrado de cantos gris oscuro, lamidos al paso de turistas y nativos. Pienso en esa imagen sobrecogedora y me pregunto si será una voz popular o será cierto. Quiero preguntárselo tal cual, pero él ya camina alejándose con andar pausado. Veo cómo se mueve un instante al ritmo de la música de un concierto próximo, las trenzas del peinado le acompañan. A su lado una bahiana, Julia, vende acarajés (pequeñas bolas de masa fritas, que son originarias de África). Ella lleva un chal de lana blanca, blanca como
el tocado de su cabeza, en contraste con el color de su piel. Cae la noche sobre Salvador y ha comenzado a refrescar. Al otro lado de la calle varias chicas recogen las sillas donde han estado trenzando durante todo el día el cabello, a menudo rubio,de las “gringas”, como nos llaman aqui a las extranjeras. Bajo la calle y llego hasta el hostel Lucas, donde la ONG
Mujeres del Mundo se ha instalado. Ana ya ha regresado de la última reunión del día. Es tiempo de descansar.
Al día siguiente busco un hueco para averiguar más cosas sobre Salvador en Inet. (Pelourinho es sinónimo de picota). Leo que fue la primera metrópolis de Portugal en el siglo XVI y se convirtió en uno de los puntos de referencia para navegantes por su localización estratégica. Que se construyó y prosperó de la mano de miles de esclavos procedentes de Angola, Benin, Congo, Etiópia, Mozambique y Senegal. En otro espacio de la red descubro que Salvador de Bahia es hoy la ciudad con mayor número de descendentes africanos en el mundo, después de NY. Trato de evaluar lo que todo esto significa. África en otro continente, con sus implicaciones: color de piel, cultura, constumbres, religión, música... adaptadas a un lugar diferente. También encuentro un estudio demográfico donde se habla de porcentajes sobre las razas que pueden encontrarse en la ciudad, en un desglose que abarca: COLOR NEGRO, COLOR AMARILLO, COLOR PARDO, COLOR MESTIZO, COLOR BLANCO. Me pregunto cómo puede darse rigor a un estudio de esa naturaleza. Me parece imposible y mi cabeza empieza a recrear la imagen de un técnico vestido de bata blanca con una tabla de colores en la mano, comparando el matiz de referencia con la piel de la persona hasta dar con la casilla acertada (como si dispusiera de un pantonero, una tabla que se utiliza habitualmente en el ámbito del diseño, para discernir entre diferentes tonos). Con ello pretendo decir que me parece realmente difícil acotar donde empieza una raza y donde acaba otra, en un lugar donde existe tal mestizaje.
Sin embargo parece necesario delimitar de alguna forma los censos que hagan posible entender la realidad.
En las diferentes reuniones donde Mujeres del Mundo ha participado durante estos días he ido oyendo diferentes porcentajes, dependiendo de las fuentes consultadas, pero siempre en estimaciones que hablan de una población blanca del 7%, sin antepasados de raza negra; población mestiza del 23%; población de raza negra del 70%, sin antepasados de raza blanca. Esta distribución se percibe en la calle a cada paso: en los meros rasgos físicos se discierne que Salvador es una ciudad negra, eminentemente. Sin embargo parece aclararse la piel en áreas que implican dinero, cultura, formación o/y poder: hospitales, administración, universidad... La publicidad, la televisión dibuja una imagen de un Brasil lleno de hombres y mujeres blancas. Recientemente la ONG Mujeres del Mundo asistió a un Congreso Internacional sobre Tráfico de Personas. En la puerta de ese congreso había un cartel que abogaba por los derechos de la mujer negra. Cuando la mesa estuvo compuesta, descubrimos con sorpresa que prácticamente todos los participantes eran de piel clara, mientras que el auditorio, compuesto por decenas de adolescentes procedentes de barrios de la periferia eran de piel oscura, en radical contraste. Comencé a hablar con un grupo de niñas que me miraban como a un extraño ser procedente de otro planeta, avergonzadas y tímidas. Esta sensación en cierta forma me ha acompañado durante el tránsito por las calles de Salvador; no así, exactamente, pero como si el color de mi piel fuera un letrero luminoso que dijera persona rica, persona atractiva, persona interesante. Como si todo el mundo en la calle aplicara aquel pantonero imaginado y lo pusiera a prueba para determinar la categoria social, para determinar lo que es más valioso y, lo que es peor, para decidir qué no lo es. A menudo he oído decir a niñas que no son bonitas porque su piel es oscura. Cómo es posible que una ciudad donde casi todas las niñas y los niños tienen esa fisonomía ellas y ellos puedan pensar que lo ideal es ser de aspecto radicalmente diferente. Es como si la autostima de una sociedad estuviera quebrada en la base: quererse tal cual se es. Sin ese pilar, cómo puede caminarse y hacia dónde.
Hace unos dias conocimos a Januário García, fotógrafo que ha recorrido el mundo con su cámara y sus fotos. Él lleva treinta años luchando en pro de la consciencia negra, por los derechos de las mujeres y los hombres negros. El día 13 de Julio se publicaba su libro “25 años del Movimiento Negro”; en la portada está escrito: existe uma história do negro sem Brasil, o que não existe é uma história do Brasil sem o negro. Existe una historia del negro sin Brasil; lo que no existe es una historia de Brasil sin el negro. Y si eso es así en Brasil, qué decir de Salvador de Bahía. Aqui se hace más evidente la necesidad de saberse negro, quererse negro y saltar de la picota de una vez por todas.
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